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Los pobres de nosotros





"Yo no me considero un pesimista; al contrario, por eso me he pasado la vida
escribiendo poemas de amor, y sigo haciéndolo.
Señalo el desastre del mundo en que vivimos, pero sigo creyendo
que siempre hay uno mejor que es posible.
Otra cosa es que tal y como está el panorama, ya no me toque verlo.
Alguna vez dije que un pesimista no es más que un optimista bien informado"
Mario Benedetti, sobre su libro Memoria y esperanza.



M iro por la ventana un invierno que duele.
 Pero lo miro desde arriba, y desde un segundo piso: tendrá cuarenta y algo y  bastante frío. Sabe lo que tiene que hacer, no duda: esa bolsa si, aquella la  sopesa y no, otra por las dudas la abre...

Lo miro desde el vértigo de mi estómago sin ruidos hacia su búsqueda desproporcionada –de tanta concentración para tan poco–, desde mis pantuflas arrastradas sin problemas a su intemperie enorme, desde mi soledad hacia la suya. Pero qué distintos nuestros desánimos. Lo veo, esta vez sí lo veo, a través de unas ramas como garras de una culpa silenciosa y estúpida, estéril, que le dan al abandono el marco de terror que ya tiene por sí mismo.


Y las preguntas me rodean como esta basura que presencio, que atestiguo y que permito, de abajo hacia arriba, preguntas subibaja, de porqué habrá gente que abriga perros y no abriga personas que viven como estos, si les toca hacer lo mismo por las calles; de porqué habrá gente que no abriga a nadie, que le duelen los caballos lastimados del cartonero, solamente, y de cómo se puede volver costumbre argentina la de gente sobreviviendo de lo que otra gente tira mientras vive, tan natural, tan paisaje, tan molesto como el dolor ajeno, así de televidente ante el dolor de los demás, cambiás y zapping, y de vereda si es posible y de porqué un facebook para tu indolencia, un sol para los chicos y para tu conciencia gasolera; de porqué te pasas la vida investigando para alimentar tu ego y le haces la vista gorda también a un sistema barato y torcido que se alimenta de gente en la basura, que se abriga con tu mugre, que huele como lo peor de vos, como lo que descartás.

Y del porqué de funcionarios siempre multimillonarios y siempre casualmente durante el breve lapso de salvar la patria y de nunca trabajar para que los ricos sean más ricos, funcionarios públicos de gestión privada, vaciando las palabras y las recaudaciones en el ejercicio del poder y del choreo institucional, funcionarios para vestir maniquíes en vez de humanos, funcionarios palomas a los chicos, funcionarios en un termo,
un gran termo en un ombligo,
un ombligo de oídos en el culo,
un culo en vías de desarrollo.

Un barco representativo, republicano y federal que navega con uno de sus extremos sumergidos, que no deja de oxidarse ni de hundirse por completo, para todos y para todas, si no se acaba la ceguera inexorable que tiene ya cientos de décadas infames. El iceberg de la corrupción, que problema, con su puntita de ambición criolla y picaresca señalando al cielo.

Hasta cuando me pregunto –San Cayetano no da abasto–, y en de qué sirve este diálogo de monos sabios,  que yo escriba desde mi pentium cuatro y vos leas desde tu pantalla plana que hace juego con el teclado chato como nuestra conciencia social, si el mercado paranaense de las sobras se sigue revolviendo de esquina en esquina, si al final no intenté esa taza de café caliente y galletitas y esa frazada para sus nenes con frío; si quizás un buen día si desarme esta inercia y lo invite
y quizás entonces me diga que no, que gracias, que está trabajando.


El origen de todas las violencias


























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