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Ese segundo



"La medida del transcurso del tiempo depende del sistema 
de referencia donde esté situado el observador 
y de su estado de movimiento"
Albert Einstein


N adie desconoce que en un segundo te puede pasar toda la vida por delante. Lo  que Florencia no sabía era que ese fenómeno cinematográfico es inevitable en las  milésimas previas a la muerte y que en el instante decisivo deja de ser metáfora.  No más por delante. Por encima, en todo caso.

A Florencia ese segundo le quedó grande. Las mujeres tienen la capacidad de pensar cientos de cosas de una vez en situaciones completamente normales, por lo que en el momento crucial tienden definitivamente a ir mucho más allá.

Antes que ese auto rojo comenzara a rozar la parte trasera de su moto ya veía el mundo que se iba en cámara lenta, su mundo, y ya repasaba milimétricamente aquella vida fugaz que dejaba de ser suya. Casi a la vez, y de manera tan increíble como absurda, pudo ver hacia delante: se proyectó ante sus ojos titilantes el futuro sin ella.

Pudo ver a su familia caminando por calle Laprida hacia Tribunales con esa foto que tanto le gusta y en la que sonríe como el cielo, y las lágrimas de todos sobre la estrella amarilla recién pintada justo aquí, en esta avenida que se estrecha y se oscurece lentamente.

Pudo sentir que le atravesaba el pecho la soledad de su hijo y su desconcierto en una vida con muerte; presintió a su hijo sin su madre y lo vio, por última vez, con los ojos despiertos y el flequillo mojado de tanto jugar... pero al mismo tiempo –cosas de la vida– vivenció una paz y una libertad sin precedentes: ya no era suyo, nunca lo fue, era de la vida misma, esa con la que estaban hechas todas las cosas de las que comenzaba a desprenderse, aceptándolo todo, abrazándolo todo, con un cansancio hermoso. Ya tendría también el su momento, su revelación.

Comprendió que había vivido toda su vida con miedo a este día. Y que no era para tanto, de haberlo sabido la pucha, que habría vivido más y hubiera muerto menos de miedo, que se habría obedecido cada vez que se ignoró, que habría desobedecido cada vez que se le ordenó incluso y sobre todo para cometer sus propios errores gloriosos y que bien le queda ese vestido borravino con strapless para el casamiento de Maru y ojalá no le queden muchas cicatrices después de esto, que lo único que no existe es la nada, que todo es uno y es todo y para siempre, que tendría que haberse dedicado a la música y a reirse más y que hubiera sido bueno despertarse más veces para ir a vivir que para ir trabajar, o al menos en ese órden.

Se conoció en un segundo como nunca. Se supo pequeña y con el universo en las manos. Para siempre.

El bocinazo que la traía de vuelta le reclamaba por un semáforo que ya estaba en verde. Antes de seguir sacaba el casco de su codo y lo ponía agradecida a donde va. Continuaba su viaje mucho más ligera y más lúcida que nunca.

Los médicos que llegaron al lugar aseguraron que ya no había nada que hacer.

Quint Buchholz | Wordless
Quint Buchholz | Wordless




























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