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Descubriendo tu rostro





A veces das con libros que, en realidad, parecieran dar con vos. Llegan sin que te  lo propongas y te dejan algo que no esperabas, que necesitabas que alguien te  dijera, no sé, quizás un nuevo horizonte, otra perspectiva, o ese instante  inconmensurable en el que te das cuenta de lo que te está pasando porque ese libro te lo pone en palabras justas como si nada, con esa oración que te vuela significativamente la capocha, que te detiene en la página estrangulando el tiempo y la saliva.
Esta semana, por ejemplo, comencé a leer dos (muy recomendables, por cierto) que no elegí premeditadamente: el primero me encontró porque no encontré lo que buscaba en la Biblioteca Popular, y el segundo me lo convidó un amigo junto con su frase de cabecera: "¡es adictivo, man!" me dijo. Y fue suficiente.
El asunto comenzó en realidad cuando me encontré con esto:


Benedetti y Unamuno unidos por Magritte
Dos libros que no miran




















No creo en las coincidencias predestinadas. Pero que las hay las hay.
Me gusta más pensar en causalidades y heme aquí tratando de pensar sobre qué tendría que pensar cuando dos libros casi al mismo tiempo me increpan a cara cubierta. Lo más probable es que no haya nada en que pensar y esto sea simplemente un signo de aburrimiento crónico o bien un síntoma claro de que mi tiempo libre se expande exponencialmente como un gas sometido a los primeros rayos solares de la mañana (al pedo pero temprano como también se suele decir). Umberto Eco decía que un texto representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar; preferí creer que estaba haciendo esto último y me lancé a la googlósfera con la pregunta bajo el brazo sobre el origen de estos trapos en la mirada y el porqué dos ilustradores distintos elegían imágenes similares en épocas diferentes (El Negro Díaz en 1975 para Editorial Alfa Argentina y Aymará Petrabissi en 2005 para Terramar Ediciones).
Por supuesto que nuevamente no encontré lo que buscaba pero me encantó conocer un poco a René Magritte.

Al parecer, René fue un famoso pintor innovador, vanguardista y surrealista (y otras istas bastante gastadas también), que hizo énfasis en que todo lo que vemos esconde otra cosa y en que siempre vamos a estar movidos por el misterio.
"El hijo del hombre", por ejemplo, oculta casi totalmente su rostro con una manzana que viola la ley de la gravedad (algo que gustan mucho de hacer las manzanas en su obra): es ese rabillo de ojo el que llama la atención; nos interesa esa pequeña porción del cuadro que no podemos mirar. A su vez Él, el hijo del hombre, quiere vernos también, quiere saber sobre eso que ocultamos. Otra idea que se sugiere es la de la masificación de la sociedad: el hombre detrás de la manzana podría ser cualquiera y por eso sus rasgos faciales serían irrelevantes.
Los rostros ocultos serán una constante en las creaciones de Magritte. Al parecer esta elección artística tiene su génesis en un hecho trágico: René tenía catorce años cuando su madre se suicida ahogándose en el río Sambre, un afluente del Mosa que corre entre Francia y Bélgica. Un día después, cuando sacaban su cuerpo río abajo, habría visto su rostro tapado por la falda mojada, algo que por sí mismo exige una existencia completa de terapia para seguir en (la) vida. O de arte.

Los amantes
Magritte se expresa también sobre las relación entre las imágenes y las cosas, pintando por ejemplo La perfidia de las imágenes (1928) con la famosa pipa y el texto "Esto no es una pipa", cuestionando la "realidad" pictórica y su pretención de convertirse en lo que representa (de la imagen o el concepto a esa cosa a la que todos convenimos en designar como pipa o que pasaría si quisieramos fumar de esa "pipa", por ejemplo) y evidenciando además las múltiples lecturas que puede haber de una misma obra.


Y así es como uno se pierde de vez en cuando en el corazón del mundo y encuentra lo que no estaba buscando.

Le coeur du monde








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