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Mi cuerpo y tu sombra (3)

| La tregua

T uvimos un noviazgo muy apasionado antes de que se nos hiciera carta, que se nos  deshiciera en palabras. Coincidimos en un grupo de amigos y en las miradas, con  brisas de verano en bicicleta por una ciudad pequeña, tranquila y chamamecera del  norte que a ella le gustaba llamar “la Bella Neda” (a ella, claro, y a diez mil habitantes más). Era por aquella época de la vida en la que la principal obligación es la autenticidad y el tiempo vuela y se detiene a la vez, no representa un problema ni reedita una pregunta incansable.
Sabía sonreir. Llegué a pensar que dedicaba muchos minutos de alegría para conseguir ese resplandor, pero quien controla tanto brillo. Su risa era una combinación intensa de colores, en esa mirada de destellos verdes que comenzaba a entrecerrarse al ritmo del corazón y del rojo de sus cachetes como manzanas y todos los dientes invitando que como no escucharla aún hoy, cinco universos después.

Mi parte que se cree literalmente correcta me insulta, me revolea el párrafo anterior por la cabeza, me acusa de babear el teclado y el buen gusto. Lo dejo, sin embargo, por respeto a esta otra parte, la que arrastro por momentos, que me empaña los anteojos y el monitor de vez en cuando me señala que hay algo más por aprender.

Todo pasó muy rápido. Esa noche de diciembre teníamos una fiesta en común, todo el grupo de amigos.
Y ella.
Lo recuerdo como si fuera hoy, como cuando creo verla en otros cuerpos, en otras plazas y otros colectivos que no son los nuestros...
Me transpiran las manos. Los chicos, que comprendieron lo que nos pasaba antes incluso que nosotros (desde afuera siempre es más fácil), nos dejaron solos en la pista; es ese momento incómodo de la fiesta donde los códigos implícitos te sugieren que tomes a alguien de la mano al rítmo de la música o te acomodes en la sensación de estar haciendo el ridículo: bueno, esto es mucho peor. Nuestras miradas se cruzan cada 360 grados, ya miré sin ver cuarenta veces todo a mi alrededor y recién vamos por el primer estribillo. No sé que me pasa, si es miedo al fracaso o al éxito lo que me paraliza. O en ese órden... para mí que es ella, y que no sé lo que siente... siempre me permití el beneficio de la duda pero en esta ya no me entra el eufemismo, soy un boludo, la tengo enfrente, mirándome, y no soy capaz de hacer lo que hacen los hombres en ocasiones como estas –lo que sea que eso signifique–, siempre tan cagón vos carajo que la vida te espera a veinte centímetros con los hombros descubiertos y ese perfume tan justo que te refugia del ruido, del lugar, de su humo y su transitoriedad, y vos y esta impertérrita costumbre de ser tan frágil, tan inocente... en fin tan PELOTUDO, en mayúsculas y sin serifas. ¡No no!, tengo que calmarme, pensar menos, sentir más. Si sigo siendo mi mejor enemigo esto no va a funcionar, esto termina más mal. Digamos, en tren de comprender, que estoy un poco dormido, que soy más bien un distraído de la vida que me habita... ... ¡Qué  mierda! ¡Soy un pelotudo distraído de la vida que me habita! Ya terminó el primer tema y seguimos jugando a las escondidas emocionales (si, porque ella podría hacer algo más que sonreir, podría decirme que me ama, por ejemplo, y nos ahorraríamos toda esta paralítica de los sentidos y los deseos); pero ella tampoco se va, yo ya me hubiera ido con otro. Eso: ¿no sería más fácil que fueras vos mismo y ya? No creo, no sé quien es ese y que pretende, ¿Por qué habría de saberlo? hace 20 años que vivo medio día de escuela en escuela, donde uno aprende para la vida, y nunca nadie me habló de mí mismo ¡calláte!
Suena "Corazón" de los Auténticos y nos inspira, nos mueve algo acá dentro, no sé, la música nos interpreta más que nosotros a ella me hipnotiza tu sonrisa y siento una mirada cómplice, que a ella también le dice algo este tema, la moviliza, como si sus ojos me la cantaran en un verde sostenido, si, en luz verde, y de mí no queda nada me derrito y nuestras manos, se rozan, se entrelazan, un dedo a la vez, uno por estrofa, sin dejar de mirarnos, ni de cantarnos. No puedo disimular este escalofrío, este mareo que me hace bailar con dos zurdas pero que importa, creo que ya no lo intento, ya casi no pienso, dejo que ocurra, ¡y las cosas que se me ocurren!, y que vuelvan los lentos y vivo dando vueltas a tu alrededor y que apaguen la luz, que suban el volumen para no escuchar este latido ensordecedor. Al tema le agregaron cuarentayocho estribillos más y viva el rock nacional, nos quedamos acá, que no se termine nunca. Siento una Rayuela en el estómago, ahí debe estar el alma me digo, de ahí siento que nacen en silencio los versos de su capítulo 7, se lo pido prestado a Cortázar, quiero arrancarlo de ese mundo de signos inertes y devolverlo a donde pertenece, hacerlo carne y vivencia, letra por letra, en este mismo instante, con esta mujer que ya siento temblar contra mí como una luna en el agua.

La música se corta de golpe y su ausencia nos devuelve algo de incomodidad, el grupo de amigos nos hace señas a lo lejos (no se habrán perdido de nada) y nos salva de las palabras, de tener que usarlas, de esa necesidad de querer poner sensaciones inconmensurables en cajitas donde no entran, donde se deforman y se recortan, nos rescatan de ese empujón occidental y hereditario de tener que explicarlo todo, donde el silencio es muy difícil de disfrutar. Charlamos un poco en ronda sobre no sé que, tomo algo lo suficientemente fuerte como para pegarle a las mariposas y me voy al baño.
No estoy terminando de salir cuando la veo caminar entre la gente y cruzar la puerta junto con uno del grupo, "El fachero" para colmo. Dejo de respirar.
—¿Y Romina? –pregunto solo para clavarme la verdad más hondo.
—Salió recién con Sebs –me dispara alguien.
La desilusión no me deja tragar. No será la primera vez que un ser humano valora lo que creía tener justo cuando lo pierde, pero si que es mi debut. La felicidad y una amistad se me escapan por la puerta del fondo, y yo sigo razonando: "Las oportunidades siempre surgen cuando no estás listo" –me digo como boceto de consuelo– "ni siquiera se entiende porque le llaman así, 'oportunidades', si siempre te encuentran con lucideces de menos y con miedos de más, como la experiencia, maldito peine para un pelado sin ansias". "¿Qué aprendo para la próxima? ¡No existe tal cosa salame! Nunca volveremos a este capricho del espacio y del tiempo, a esa otra dimensión de curvas precisas y manos transpiradas por las que se me escurre el alma, entre los dedos, y con esas mariposas que sí que existen.
Estoy acabado. Dividido y acabado. Con la juventud en punto muerto.



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