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Mi cuerpo y tu sombra (4)

| Un despertar
 
A rrastro mi desolación hacia la vereda de un amigo con dolores a estrenar  parecidos a los míos. “Que cruel puede ser la noche, cuando uno espera más de  lo que acepta” digo en silencio, más conversandome que pensando. A pesar del  cansancio no podemos irnos a dormir con esta angustia, con lo angosta que se nos hace la suerte, de ahí la palabra, de ahí el malestar.

–Casi no pude saludarla, ni mirarla pude –le cuento bajito mientras comienza a amanecer.
–Que hijo de puta resultó ese Sebs al final –me dice Luis con un mate.
–Eso es secundario ¿Cómo pude estar viendo otra película todo este tiempo? Esa la pregunta ¿Sería eso lo que me frenaba, algo así como una intuición masculina?
–Mmm, ya quisieras… creo que dormirse una super siesta como la tuya no ayudó macho.
–Ah bueno, “Chicos, les presento a Luis, un amigo de toda la vida” –imposté intentando una sonrisa–. Menos mal que me das una mano vos, y que bueno que te quede algo de humor. Pero que malo que tengas razón –acepto con esfuerzo y con el ruido de un mate exhausto, aspirado con impotencia–. De todos modos, no sé si podría estar con una mujer así, digamos, tan voluble, ostentosamente versátil.
–Uh, no sé que quisiste decir, pero que te recontra por las dudas.
–Yo tampoco, pero sería algo así como que no estoy preparado para compartir de esa manera.
–Bueno che, pero tampoco sabes que pasó allá atrás.
–No creo que hayan ido supervisar el estado de las instalaciones (él iba a estudiar arquitectura, a ella le interesaba el estado del arte).
–Y anda a saber. Igual con las mujeres nunca se sabe ¿eh? Siempre dije que son el misterio más grande del universo, lo que te sirvió con una te arruina con la otra y ahí vamos, aprendiendo y desaprendiendo todo el tiempo en esa larga larga cadena de desencuentros en la que me gusta esta que le gusta ese que le gusta esa y recontra etcétera, y te dan unas ganas así de tirar la cadena hasta que por fin pegas una pero ¡oh sorpresa! Ahí empieza otro kilombo, porque
                         Esto hacemos los hombres, pienso: bromas que nos encubren las emociones, chistes que las disimulan. Llevamos en la educada sangre la tendencia irrefrenable a negar lo que sentimos, y cuánto de humanidad se nos muere ahí ignorada. Creo que nunca nadie se lo propuso explícitamente, pero la verdad es que nos ha sido negado aquello de expresar el sentir, y de tanto en tanto se nos olvida el como sentir lo que sentimos. Porque sí lo hacemos. Mi viejo me decía cuando niño que yo lloraba igual que mi hermana, como si hubiera que ser creativo para eso (víctimas de víctimas, molestos de ver nuestros impedimentos en los otros, en ese reflejo de las propias discapacidades). Nuestra misión es netamente la práxis: conseguir, alcanzar, luchar, lograr, contar, controlar, sumar, suministrar... son algunas de las líneas del programa que nos ha tocado de este lado izquierdo del hemisferio cerebral, de la división del sexo y del trabajo donde, como en toda dicotomía, darle fuerza a una parte implica quitarle a las otras. Y así es que llegamos a situaciones como estas y sin saber que hacer, ni por donde sentir: somos los que miran sus naufragios sin derramar una lágrima, los razonadores; los que antes de andar ya tienen un largo camino por desandar...
Sentado en el piso me miro las manos con ganas de llorarlas, de entender porque les cuesta tanto agarrarse a esta vida y a sus circunstancias. Podría ordenar mi historia por años, por etapas escolares, pero sería más sencillo organizarla por soledades, por mudanzas y desarraigos: siento ganas de llorar para atrás, de haber llorado a tiempo.
Recorro con el dedo esas M que tengo grabadas en las palmas desde siempre, desde que sé que soy. Imagino a un dios surrealista conociéndome como la palma de la suyas, diciéndome que la M viene de ¡Movéte Mierda!, de un "despertate que estás vivo".
–¿No? –remata Luis golpeándome en el hombro y trayéndome de vuelta.
–¿No qué?
–¿Me estabas escuchando?
–Ah, ese no. Es qué, no, mirá, me colgué. Estaba pensando en que…
Y entonces sucedió.
Como una epifanía, un súbito albedrío, un impulso inexplicable, una fuerza sin antecedentes, un cómo mezclado entre tantos peros y porquéses.
…¡Luis Alberto! –le digo mientras me levanto rápido y distinto– ¡Ya sé que hacer! Tengo que ir a su casa, ya mismo, quizás llego antes de que se acueste, le abro el corazón, le muestro mis heridas, mi desesperanza de anoche apenas un rato, le busco en los ojos, le confieso que su sonrisa me salva y acabo con todo esto, o empiezo de una vez, no sé, todo junto –me tiembla la voz, y las mariposas de nuevo, que predecible me he vuelto.
Estoy fuera de mí. O más dentro que nunca.
–Estás en pedo –afirma mi amigo, intentando un aterrizaje.
Ya es muy tarde.

Llego agitado a casa, rezando para que la bici no esté muy desinflada. Todos duermen, pero el ruido de mis llaves en la puerta es más que suficiente para el insomnio de mi madre.
–Hola hijito, como estás como te fue en la… –Hola Má, mirá, no tengo tiempo de explicarte, estoy enamorado y jodido a la vez, un vestido, un amor, la música un garca mierda vacío mates descorazonados epifanía me voy.
–Para para, ¿A dónde crees que vas vos a esta hora, sin dormir y sin nada en su lugar?
–Tengo que ir vieja, decirle esto que se me desarma acá adentro, ¿entendés? No tengo sueño, ni hambre, ni sed, y hasta que no haga esto tampoco tendré paz.
Las palabras no le dijeron tanto como la vida que puse en ellas. Sus ojos me vieron diferente.
–El corazón es algo que no puede ignorarse hijo, que bueno que ya comiences a entenderlo; los pendientes son cobardías que quedan ahí pesando, para siempre... la plenitud que puedas disfrutar depende de cuanto logres escucharte. Andá y hacé lo que sentís, porque incluso los “no” ajenos son invitaciones para los “si” propios, para hacer el camino si acaso no existiera –reflexionó mirando al cielo raso con profundidad–. Pero primero te lavás un poco la cara, te lo pido por favor.


Salgo con toda la velocidad que me permite el cuerpo y la bicicleta de mi hermana, pensando en lo importante que son esas personas que creen en uno incluso antes que uno. La mañana recién comienza a besar las copas de los árboles, en esa hora temprana en la que el verano se convierte en primavera. Pájaros de domingo parecen reirse mientras comparten las veredas con ancianos mateando en silletas, respirando toda esta tranquilidad, cuando la ciudad es para pocos. Una señora barre enérgicamente algunas hojas, mientras yo avanzo hacia algo parecido a una revelación, no sé, no me detengo a definirlo, me enciende la posibilidad de amanecer a mi manera.
Los cinco punto tres kilómetros que me separan de su casa se me hacen centímetros en blanco. Pedaleo de memoria, sin pensar, por primera vez.


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