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Mi cuerpo y tu sombra

| Por haber amado
S
 u carta estalló en la habitación como un rayo. El resplandor me dejó entrever su  fantasma en aquel rincón de siempre. Más de mil ochocientos días hacen hoy que  no la veo, —mil ochocientos cincuenta y cuatro, pienso para mis estructurados  adentros— que no me pierdo en sus ojos verdes…

…Cinco años sin perder por un instante la noción del tiempo y de mi mismo…

El sobre me tiembla en las manos. O las manos me tiemblan en el sobre. No sé. No entiendo donde termino yo y donde empieza este objeto de papel escrito por aquellas manos, que me empuja hacia el pasado, que inventa retrovisores para el alma de uno.
Hago fuerzas para quedarme conmigo, pero el corazón no entiende de física ni de conveniencias, y que digo si el corazón no entiende, nunca lo hace, nunca está despabilado cuando uno lo necesita, y esta nostalgia irreverente que me sacude el aquí y ahora, que me quiere dejar solo y en el allá y el cuando.

Que lo logra...
Una amiga en común me la entrega hace unas horas, casi como si nada, como si no fuera este nudo de boy scout vitalicio en la garganta, como si no pareciera un plot point digno del Dostoievski o como lo que definitivamente si es: un eco inesperado de una de las historias más difíciles y hermosas de mi vida, esas que te hacen ser quien crees que sos ahora, que te mueven el paradigma para siempre. “Ah me olvidaba, Romina te manda esto”, “Ah, que bien. Dejalo sobre ese montoncito de cosas pendientes… si si, sobre la factura de la luz esta bien. Pero che, ¿viste como cayó el Merval? Definitivamente trabar las exportaciones no está dando resultado…”.
Repaso esos segundos con forma de días y me doy un poquito de pena, pero mierda que hay que estar ahí para recibir este tipo de correspondencias y atrincherar para contarlo: sólo un actor como el que hace catarsis en este sitio perdido de Dospuntocéroland, acostumbrado como está a esconder los sentimientos hasta de sí mismo, puede remontar barriletes de mármol de tamaña envergadura y salir prolijo para la foto. O eso me pareció que sucedió, quién sabe: metí pilotos automáticos de esos que viven tu vida mientras vos no la protagonizas, de los que hacen falta cuando estás ocupado planeando cosas para cosos que te proveerán de mejores cosas o recibiendo cartas de mujeres que se confundieron con tu vida alguna vez.
Pasan las horas, creo que se hizo de noche, creo que ya no hay nadie en casa. Yo sigo mirando el mismo sobre por arriba del mismo mate.
Se pronostica un solsticio de invierno, la noche más larga del año.
No estoy listo para leerla aún. No esta noche.
Quizás mañana.


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