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Mi cuerpo y tu sombra (2)

| Aquel pretérito imperfecto
U na carta ¿Por qué ahora? Quedó mucho por decir, seguro, pero nada más que  hablar como se dice en la canción. ¿Será que los amores vividos en la distancia  quedan presos de las palabras? Esas que no serán las cosas, amigo Foucault,  pero pucha como las mueven debería usted reconocer.
Subrayo el no vuelvas sin razón de Cerati, lo dejo sonando de fondo –y un paréntesis para pensar en la música, que nos subtitula la vida, que nos dice el latido–, mientras me sigo llenando de preguntas huérfanas de respuestas y de sentido. Porque, aceptémoslo, esto no lo tiene. Cinco años después de tanto, y ahora me arroja la piedra y casi escondiendo la mano; casi por lo del puñoyletra, pero acá sigue faltando la cara, el cuerpo, la voz diciendo, su presencia al menos intentando sobornar un poco de toda esta ausencia que violentó lo que éramos, aquel dulce nosotros.
Ella se fue.
Hace mucho.
Y ahora aquí en mis manos una extensión de las suyas, un lenguaje en común, una señal de humo sin paraqué aparente, como un juego absurdo que no termina de terminar.

Cuando los que se aman permiten que la distancia se imponga y se interponga las palabras terminan por ahuecarse, letras amontonadas que pierden sustento, realidad… se entienden, pero se desconocen. A las palabras no se las lleva el viento: las palabras son el viento cuando no te traen lo que se ama consigo, cuando te desparraman la esperanza por las venas, inasibles, irresponsables, inimputables se declaran “haz nomás lo que yo digo” te dicen… [Quizás a vos no te pasó. Tal vez ya por este renglón pensás que esto no tiene nada que ver con tu porvenir, que tu amor es como una fusión en frío que derrocha cercanías, si, vos: no creas que estás a salvo, no digas “de esta agua no”. Porque la distancia geográfica es sólo un contratiempo, como perder un colectivo y esperar que ya viene otro. El abismo incomprensible entre dos deseos que eran el mismo, ese sueño que se parte en dos inexorablemente, en cambio, te sorprende un martes cualquiera a las cuatro de la tarde mientras leés el clasificado en busca de una casita para alquilar juntos con ambientes bien definidos y balcón de vista a los lapachos como ella quería. Probablemente, te ocurra cerca de las fiestas o de tu cumpleaños, o de su cumpleaños, o del aniversario de la primera mirada, del primer beso, del amor haciéndolos por primera vez en aquel desnudo invierno a contraluz… y cuando eso te suceda no existirán otros abrazos ni un después: tendrás que ser otro para poder imaginar otro horizonte. Y eso duele].
Yo no quiero prejuzgar sus líneas (quizás mucho) antes de leerlas, no puedo condenarlas por su remitente, por las noches de su ausencia, por ese viento que me arrancó de pie. Culpo más bien por esto a la memoria de la tristeza que me dejaron sus versos más lejanos.

No digo que haya faltado amor. Lo que sobró fue miedo. Y como habrá sido de inmenso que aún sigue sobrando. Pero (cientos de peros exigiendo protagonismo) a esta altura no caben dudas de que somos desconocidos... ¿Quién me escribe entonces? ¿A quién voy a leer? Yo tampoco soy el mismo... Aquellos, los que éramos hace un millón de años luz, intentando escribirse e intentando no leerse en un presente que no les pertence.
Un verdadero disparate.
¿Por qué después de tanto? ¿Por qué, después de todo? ¿Y por qué habría de creer yo en los jeroglíficos de esta cápsula del tiempo?

¡¿Y POR QUÉ QUERRÍA YO LEER ESTA CARTA?!

Pero (y van…) sí, quiero. En el fondo este vértigo me atrae, como una adicción de la que me creía rehabilitado. Más en el fondo: no me quejo. No me quejo del tiempo que ha pasado. Es con él que entretejo este relato, el que me devuelve la voz para hablar de aquello que ha ocurrido. No creo contradecirme, más bien son contrastes de este unoverso. Como los que evidentemente viven en ella. Como los que tenemos todos.

Será tal vez, como decía Galeano, que uno escribe para juntar sus pedazos.









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